Los Educadores de Calle trabajan en espacios no formales, en contextos no institucionales. Con la utilización de múltiples técnicas, pero anteponiendo la relación personal, el Educador sirve de puente o conexión entre los recursos existentes en la comunidad y las personas objeto de su intervención. Por tanto, el Educador es un profesional específico que, dentro del trabajo social, atiende a la población en dificultad social. Pero las diversas experiencias en los últimos años vienen demostrando que es necesario trabajar en la prevención, por lo que cualquier colectivo o grupo de edad merece la atención del Educador. El niño, el adolescente, en su maduración, necesita de estímulos positivos para dejar de ser vulnerables e incorporarse a la sociedad; caso contrario, sus conflictos pueden convertirse en un problema de difícil resolución. Será el Educador quien establezca el primer contacto y cree un clima propicio para ampliar su panorama educativo, evitando que las prácticas de riesgo terminen en marginación. No se puede entender un trabajo de calle desde los despachos exclusivamente. La calle, como espacio de uso público, separado de la vivienda u otros establecimientos privados, tiene sus orígenes en el siglo pasado, ya que en el XVIII todavía calle y vivienda no se distinguían de lo público o privado. Fue la revolución de la burguesía quien creo esa separación, apoyada por las nuevas estructuras sociales y políticas. Los niños y jóvenes no podían permanecer en la calle si no eran acompañados de adultos. Hoy, podemos hablar de calles, céntricas y periféricas, urbanizadas o no. Las plazas, jardines, parques, mercados, estaciones de tren y autobuses, metro, muros, escaleras, avenidas, solares, edificios en ruinas... Por tanto, la calle no es un espacio homogéneo y único. Cada uno de estos elementos tiene unas características y unas funciones, ya sean públicas, individuales o sociales: - Lugar permanente para «simplemente estar», para consumir un tiempo que «sobra». - Lugar de juego, aventura, encuentro con los «colegas», de intercambio de información y producción de cultura (donde los adolescentes y jóvenes reciben el 80 % de la cultura que incide en su comportamiento). - Para muchos chavales es, además, casi su hogar, donde pasan la mayor parte del día. La calle es para ellos su gran espacio de vida, donde calle y libertad se identifican. Así, la calle se convierte en el espacio natural, lugar de libertad, de creatividad, juego, coleguismo, consumo; pero también de permisividad y anonimato. A ella acceden cargados de sentimientos de fracaso, de rechazo, de culpa, con sensación de impotencia y exclusión, todo ello ayudado por la falta de espacios abiertos naturales, de una infraestructura mínima para el ocio, el deporte, constituyendo una auténtica ciudad-hormigón, donde a veces el Educador de Calle más lo parece de portal o de escalera. - Lugar de consumo desmedido, potenciado por los mass-media («priva», porros, tragaperras, ropa, música). Aún así, los chavales no viven la calle como un lugar necesariamente negativo, pues sirve para «aprender de la vida». La calle, convertida plenamente en un lugar de consumo sobre todo para los jóvenes: publicidad, escaparates, objetos seductores, letreros luminosos e incitadores, trapicheo..., es testigo mudo del crecimiento de los chavales en un ambiente de reclamo y seducción. Los inicios de la educación de calle hemos de buscarlos en los grupos de voluntarios que desarrollaban un trabajo educativo con chavales inadaptados, con fracaso escolar, desocupados, con carencias en cuanto a recursos personales, familiares, económicos, etc. El Educador capta y detecta a la gente que está en la calle en situación de déficit, para estar con ellos, para motivarlos, apoyarlos y ganar su confianza, insertándolos en un colectivo normalizado. El principal objetivo será desarrollar los propios recursos del sujeto hasta conseguir su autonomía personal, con libertad y responsabilidad. Son los Educadores de Calle quienes conviven cotidiana y asiduamente en contacto directo con la realidad que «sufren» los chavales, con una presencia activa, sin prejuzgar la actuación de los chavales, sino apoyándoles en su desarrollo como personas y ofreciéndoles otras alternativas válidas a tanta desgana, desmotivación y apatía. El Educador trabaja -entre otros colectivos- con «los hijos de la calle», con esos niños, adolescentes y jóvenes que tienen una serie de elementos comunes fruto de las carencias y del proceso de sociabilización padecido: - viven normalmente en la ciudad; - huyen de un hogar carencial, donde las relaciones familiares son débiles (si las hay); - improvisan juegos y aventuras en cualquier rincón, nave abandonada, terreno abierto...; - se trata de estrategias de supervivencia-; - necesitan afecto, estímulos, comprensión, confianza, apoyo...; - tienen baja autoestima y un autoconcepto deteriorado; - están escasos de vínculos duraderos; - poseen escasa capacidad de asombro (se hacen adultos a destiempo); - han sido sobreprotegidos por la madre e ignorados por el padre; - rechazan cualquier autoridad formal que quiera imponerles unas normas para ellos ajenas a su vida; - se sienten inferiores, porque carecen de bienes, de formación...; - su rendimiento escolar es bajo y abandonan la escuela tempranamente; - no programan, no hacen previsión de futuro (viven el presente sin importarles el futuro); - tienen dificultades para mantener la atención, porque casi nada les motiva; - tienen falta de perseverancia porque desean «vivir el presente»; - tienen un desarrollo moral escaso; - muestran una aparente dureza exterior, que les permite defenderse ante cualquier ataque externo; - corren riesgos específicos inherentes al ambiente donde se desenvuelven. No todos los jóvenes en dificultad se acercan a los recursos de socialización ni a los servicios sociales. El hecho de ser jóvenes en conflicto, y permanecer al margen de la sociedad, les condiciona para ser futuros excluidos sociales. Algunos chicos se constituyen en bandas, que les aportarán seguridad y estatus. A través de la banda, el muchacho se mezcla en una serie de acontecimientos con altas dosis de emoción y riesgo: desafiando a otras bandas, ciudadanos, autoridades, etc. Para el Educador de Calle, la solución a estos problemas no pasa por el internamiento en instituciones, de ahí que prime también la prevención primaria articulada a través de los contactos que mantiene con la escuela y las asociaciones o su implicación en el trabajo comunitario. Es en el propio medio donde se generan las necesidades educativas, y en él deben buscarse las respuestas. El Educador de Calle trabaja con estos chavales, entre otros colectivos, y a pesar de llevar más de veinte años ejerciéndose la profesión en España, para la gran parte de la población este modelo de educador es un gran desconocido. Para algunos es una especie de «solucionador» de todos los problemas que afectan a niños y jóvenes con problemas de inadaptación social y que viven sobre todo en barrios marginales de las grandes ciudades. Muchos Educadores se han formado en la práctica del día a día al lado de chavales con problemas, entre calle y calle. Otros vienen de la Universidad (Educador Social, Trabajador Social, Pedagogo). Pero a los Educadores de Calle podemos considerarlos como Educadores Sociales Especializados cuyo trabajo se desarrolla en «medio abierto», como alternativa que pretende prevenir y atender las situaciones de marginación, bien sea por causas familiares, económicas o sociales. Hay niños y jóvenes que no entran en el circuito de actividades y centros destinados a esta población: clubes, actividades extraescolares, campamentos... Este tipo de vida organizada no forma parte de su manera de ser y sentir. Por eso el Educador va en su busca, está con ellos y, partiendo de su propia realidad, les abre nuevas perspectivas. Juan Soto Rodriguez [email protected] http://www.asetil.com |